Tres Jueces para un Largo Silencio

 
Autor: Andrés Lizarraga
Adaptación: Martín Seijo
Fotos: Jorge Marino

I.

Celda. Se escucha silbar al preso, sentado sobre una caja. El guardia custodia también sentado, medio dormido.

GUARDIA: Es tarde. Dejá de silbar.

PRESO (sigue silbando): No.

GUARDIA (poniéndose de pie, tomando su sable): Ah, ¿sí? Mirá que…

PRESO (interrumpiendo): ¿Qué? ¿Me metés preso?

GUARDIA: ¡Callate y dormí!

PRESO (bosteza): No tengo sueño.

GUARDIA: Dormite igual. Aprovechá que ahora estás solo.

PRESO: Aprovecharía más si estuviera con tu hermana.

GUARDIA: ¡Le faltás otra vez el respeto a mi hermana y te rompo los huesos! Pará, yo no tengo hermana.

PRESO: No sé. Tenés un arma, sí. Pero, al final, estás tan preso como yo.

GUARDIA (volviéndose a sentar): ¡Bah!

PRESO (poniéndose de pie, acercándose al guardia): ¿Y mi compañero de celda?

GUARDIA: En la enfermería.

PRESO: ¿Vos sabés de qué lo acusan? (El guardia no contesta.) ¿Le robó a la persona equivocada?

GUARDIA: El gobierno lo quiere acá.

PRESO: Parece de familia encopetada.

GUARDIA: Suelen ser los peores.

PRESO: Está un poquito chiflado.

GUARDIA: ¿De qué te hablaba antes de… (hace gesto de cortarse la lengua)?

PRESO: No sé, pero hablaba bien. Si yo hablara así, no estaría acá.

GUARDIA: Bueno… él está acá.


PRESO: Es verdad. Quién entiende la vida. Sabrá Dios qué es lo que hizo. Últimamente, ya no decía palabra. Sólo escribía en su cuaderno.

GUARDIA (saltando de su asiento): ¿Un cuaderno? A ver,

PRESO: Date vuelta.

El guardia no entiende.

PRESO: Date vuelta. (El guardia se da vuelta.) No mirés. (Se agacha, levanta una tabla del piso y saca un cuaderno. El guardia amaga espiar.) ¡No mirés te dije! (Se pone el cuaderno debajo de la pechera. Y hace como que lo saca de ahí.) Tomá.

GUARDIA (toma el cuaderno y lo abre): No tiene hojas, las arrancaron.

PRESO: Sí, el tipo este se las merendó, y a la hora, hora y media, se trató de cortar la lengua con el tramontina que sacó a escondidas de la cocina. Dale, ¿no me contás por qué está preso?

GUARDIA (decepcionado, devolviendo el cuaderno): No.

PRESO: Me dijo que estuvo en la frontera. Para mí que es contrabandista. Hablaba de cosas traídas de Europa. Pobre, delira, se ve que sufre mucho el encierro.

GUARDIA: A los que no les gusta la cárcel, que se porten bien. Y entonces no van a sufrir.

PRESO: Al principio estaba bien de ánimo… Después se vino a pique… Me acuerdo de su primera noche. Se paró ahí. Hablaba: “Llegará… llegará…”, decía. “¿Qué?”, le pregunté. Y él dale que te dale: “Llegará, llegará….” No me dejaba dormir. Así que le tiré con un zapato y le di de lleno en las costillas.

GUARDIA: Hiciste bien.

PRESO (le revolea un zapato al guardia): ¡Callate! ¡Fui un cretino! ¡Un cretino igual que vos!

GUARDIA (mostrando amenazante el zapato): ¡Tragate esto porque te rompo el alma!

PRESO: ¿Y qué? No vas a ser el primer milico que me la da.

El guardia deja el zapato y comienza a irse.

PRESO (mientras se pone el zapato): ¡Eh! ¡Viejo!

GUARDIA: ¿Qué querés?

PRESO: Un favorcito.

GUARDIA: ¡Me acabás de zapatear!

PRESO: Mañana mi mujer me trae algunas cositas.

GUARDIA (se sienta): ¿A ver ahora con qué me salís?

PRESO: Si llegás a ir a la enfermería, y lo ves a mi compañero, ¿no le preguntás si necesita algo?

GUARDIA: ¿Y a vos qué te importa si necesita algo?

PRESO: No seas cretino. El tipo está solo. Se quiso cortar la lengua. Es un favor que te pido, nada más.

GUARDIA: ¿Y vos te creés que yo estoy acá para ser correo entre presos?

PRESO (acercándose al guardia): ¡Si ése es tu principal ingreso! ¡A mí no me engañás!

GUARDIA: Bueno, sí, pero no lo andés ventilando por ahí.

PRESO: ¿Te vas a perder de fumar un buen tabaco?

GUARDIA: ¿El de la otra vez?

PRESO: El mismo.

GUARDIA: Está bien, voy. ¿Qué le digo?

PRESO: Ya te dije. Cómo está… Si necesita algo…

GUARDIA: Quedamos así, entonces.

PRESO: Esperá, esperá.

GUARDIA (ofuscado): ¿Qué?

PRESO: ¿Podés creer que aunque pase todo el día con él metido en esta celda, todavía no sé cómo se llama? Cuando hablaba lo hacía tan bien que me daba cosa interrumpirlo. Y el cuaderno no lo soltaba ni para dormir. Como si formara parte de su cuerpo…

GUARDIA (cansado, interrumpiendo): Se llama Castelli. (Camina unos pasos. Dice texto mirando a cámara, hipersolemne.) Juan José Castelli.

II.

Silbido.

Despacho judicial. Los tres jueces están sentados en un estrado.

JUEZ 1: ¡Qué embrollo, mi querida doctora!

JUEZ 2 (acusando una contractura en el cuello): Temo que el verano nos pesque en este trabajo. El comparendo de tantos testigos hará que este juicio se prolongue más de la cuenta.

JUEZ 1 (mientras masajea a Juez 2): Y menos mal que los españoles nos liquidaron media oficialidad en la batalla por el Desaguadero.

JUEZ 2: Igual la defensa aportará testigos y más testigos. No quiero ni pensar en el calor que nos espera acá.

JUEZ 1 (a Juez 3): Está pensativa, doctora.

JUEZ 3 (leyendo con dificultad el diario): “La causa de Castelli es un quilombo que envuelve a toda la opinión de Buenos Aires”.

JUEZ 1: ¿Quién escribió eso?

JUEZ 3 (leyendo el nombre con dificultad): Alvarez Jonte. Y es verdad. Por eso rechazó con vehemencia el papel que vamos a representar nosotros ahora.

JUEZ 2: Lujos que puede darse alguien como Alvarez Jonte. Verter opiniones públicamente, rechazar causas, no aceptar cargos de juez. Ahora bien, si nosotros no colaboramos con el gobierno, ¿qué hacemos? Es así nuestra profesión.

JUEZ 1: De nuestro desempeño en este juicio tan particular, dependerá que nos otorguen juzgados fijos, de eso estoy seguro.

JUEZ 3: ¿Pero este proceder es limpio?

Silencio. Los jueces 1 y 2 se miran.

JUEZ 2: Me preocupa, sí, la calidad del defensor.

JUEZ 3: ¿Monteagudo? Dicen que es el mejor orador del continente.

JUEZ 1: ¡Epa, epa, epa! No será mucho. ¿Quién lo dice?

JUEZ 3: Así lo escuché.

JUEZ 1: ¡Habladurías! Además, este juicio es muy simple en su procedimiento. Con no permitirle a ese muchachito que despliegue sus recursos retóricos…

JUEZ 3: ¿Y con la opinión pública qué hacemos?

JUEZ 1: La opinión pública tendrá su veredicto de un tribunal que hará justicia.

JUEZ 3: Resultará difícil hacerlo con un hombre encarcelado desde hace tiempo sin motivo legal alguno.

Silencio. Los jueces 1 y 2 se miran.

JUEZ 1: Siempre existió y existirá la Torre de Londres y su horca, mi querida doctora. (Juez 3 no entiende.) Los gobiernos necesitan a veces ser expeditivos.

JUEZ 2: Así es.

JUEZ 1: Y Castelli libre…

JUEZ 2: Por otra parte, aún tiene tiempo de excusarse. Pero eso sí, recuerde que no tiene la fortuna de Alvarez Jonte…

Se ríen Juez 1 y Juez 2. Se proyecta pensamiento del Juez 3.

JUEZ 3 (para sí): ¿Lo sucio consiste en haber aceptado formar parte de este tribunal o lo sucio estará en nuestro veredicto? Es curioso. Muchas veces pensé qué tenían en común la justicia, la moral, el dinero y el buen pasar.

JUEZ 2: ¡Fácil! El dinero sirve para comprar la justicia y la moral de los jueces, y de esa forma, el comprador se asegura un buen pasar.

Juez 1 y Juez 2 se ríen.

JUEZ 3: En otra situación, quizá yo tampoco hubiera aceptado esto. Como sea. Empecemos.

JUEZ 1 (llama con una campanilla): Que se presente la defensa con el primer testigo.

Entran el Guardia, Monteagudo y Balcarce. Los dos primeros comiendo alfajores.

JUEZ 1: Coronel Balcarce, ¿está dispuesto a decir la verdad en el proceso iniciado por la derrota de nuestras tropas en el río Desaguadero?

Sale el Guardia.

BALCARCE (mientras reparte alfajores entre los magistrados): Muy dispuesto.

JUEZ 2: ¡Gracias!

JUEZ 3: ¿De fruta no tiene, Coronel?

BALCARCE: No, tenía uno pero me lo comí antes de venir.

JUEZ 3: ¡Qué pena!

JUEZ 1: Coronel Balcarce, ¿conoce bien al acusado?

MONTEAGUDO: Una aclaración, señor juez. ¿A quién se refiere el tribunal cuando dice “el acusado”?

JUEZ 1: Al doctor Juan José Castelli, por supuesto.

JUEZ 2: ¿No le parece una aclaración innecesaria, señor defensor?

MONTEAGUDO: No. Puesto que por esa situación solicitaré la nulidad de todo lo actuado.

JUEZ 1: ¿Nulidad?

MONTEAGUDO: Sí.

JUEZ 2: ¿De todo?

MONTEAGUDO: Sí.

JUEZ 3: ¿Lo actuado?

MONTEAGUDO: ¡Sí! ¿Alguna otra pregunta? ¿Qué pasa? ¿No fui lo suficientemente claro? (Los jueces se mantienen en silencio.) Balcarce…

Balcarce le ofrece un alfajor de fruta a Monteagudo, quien lo rechaza.

JUEZ 3 (escandalizada): ¡Ese es de fruta! Usted dijo que no tenía más.

BALCARCE: Uy, no me di cuenta. Perdón, pensé que me quedaba de chocolate. Tome, si gusta.

JUEZ 3: No, ahora deje. Ya se me fueron las ganas.

JUEZ 1: Para mí, este pequeño incidente reposteril pone en duda todo lo que pueda decir el coronel Balcarce sobre el particular. ¿No sé qué opinan mis colegas?

MONTEAGUDO: Ay, por favor, su señoría. Prosigo con mi cuestionario. (A Balcarce.) ¿Tenía el doctor Castelli mando militar en el Alto Perú?

BALCARCE: No lo tenía.

MONTEAGUDO: ¿Y en el Bajo?

BALCARCE: Tampoco.

MONTEAGUDO: Honorable tribunal, sin mando militar no puede existir responsabilidad por la derrota en cuestión. Corresponde por ello, insisto, la nulidad de todo lo actuado y la inmediata libertad de mi defendido. Fundamento mi petición en los artículos 3, 4, 5 bis, 6 tris, 9…

JUEZ 1: ¡Pis!

MONTEAGUDO: …11…

JUEZ 2: ¡Cuis!

MONTEAGUDO: …20…

JUEZ 3: ¡Achis!

MONTEAGUDO: …25, 26, 28, 33, 47, 55, 74…

JUEZ 2 (mientras toca la campanilla): ¡Han cantado bingo en la sala!

Se ríen los jueces.

MONTEAGUDO (casi sin aire): …115, 226 y 304 del Código Procesal.

JUEZ 1: Señor defensor, le doy mi palabra que analizaremos pormenorizadamente todo ese articulado que acaba de recitar con loable exactitud. Pero pongamos un poco de orden en el interrogatorio, ¿quiere? (A Balcarce.) Coronel, durante la campaña del Norte, ¿permaneció junto al doctor Castelli?

BALCARCE: Prácticamente vivimos juntos.

Los jueces 1 y 2 se miran y cuchichean algo.

JUEZ 1: ¿Qué puede decirnos de la conducta del acusado?

BALCARCE: Inobjetable.

JUEZ 2 (mientras señala el diario): Se informa aquí que le agrada el juego.

BALCARCE: No, señor juez. Al truco, Castelli perdió siempre.

JUEZ 3: ¿Y al póker?

BALCARCE: No sabe mentir. Por eso nunca hice pareja con él.

JUEZ 2: Y dígame, ¿es de empinar el vaso?

BALCARCE: No.

JUEZ 1: Bueno, es justo y no condenable que en esas regiones apartadas se beba un poco.

BALCARCE: Nunca lo hizo, señor juez.

JUEZ 1: ¿Pero usted estaba siempre con él?

BALCARCE: Casi siempre.

JUEZ 2: “Casi”… ¿Quiere decir que había momentos que no lo estaba?

BALCARCE: Es natural.

JUEZ 1: ¿Natural? ¡Acá no hay nada natural!

BALCARCE: Nuestras funciones a veces nos distanciaban.

JUEZ 2 (al Juez 1, tirándose encima): ¡Ah, entonces, no es tan culo y calzoncillo con Castelli!

JUEZ 1: ¿Puede asegurar que en la soledad de esos momentos el acusado no bebía?

BALCARCE: ¡Puedo!

JUEZ 2: Es absurdo testimoniar cosas ocurridas durante nuestra ausencia.

Juez 1 aprueba lo dicho por su colega.

MONTEAGUDO: Cuando el doctor Castelli no se hallaba con el coronel Balcarce, estaba con Díaz Vélez, Rodríguez Peña...

JUEZ 2: Serán citados oportunamente.

MONTEAGUDO: Y también pasaba gran parte del tiempo conmigo.

JUEZ 2: Le pido que cuide las formas, Monteagudo.

MONTEAGUDO: ¡Doctor Monteagudo!

JUEZ 2: Sí, sí… No se puede estar en la misa y en la procesión a la vez.

MONTEAGUDO (al juez 3): ¡Eh, reaccione! ¿Usted no va a decir nada?

JUEZ 3: ¿Qué quiere que diga?

MONTEAGUDO: ¿No le parece que están siendo un poquito injustos con las preguntas?

JUEZ 3: No sé…

JUEZ 1: Trato carnal con mujeres públicas, ¿tuvo?

MONTEAGUDO: ¡¿Qué tiene que ver?!

BALCARCE: ¿Castelli? ¡No!

JUEZ 1: Quedaríamos en la misma situación que para la pregunta anterior sobre la bebida.

MONTEAGUDO: Ridículo. ¿Qué quieren? ¿Que Castelli practique sexo frente a las narices de Balcarce para dilucidar con qué clase de mujeres se acuesta?

BALCARCE: La noche que llegamos a Chuquisaca fuimos agasajados con una fiesta que se puso bastante quenchi y Castelli se levantó a una lugareña que tenía unos … (marcando con las manos el tamaño de los pechos de aquella mujer)

MONTEAGUDO: ¡No ha lugar, Balcarce!

JUEZ 2: ¿Sabe si recibió regalos?

BALCARCE: En La Paz le obsequiaron un caballo con arneses de oro y una gran llave del mismo metal.

JUEZ 2: ¿Muchos kilates?

BALCARCE: Sí.

JUEZ 2: ¿Tiene idea de la cantidad exacta?

BALCARCE (a público): No creo importante precisarla. Su intención era donarlo todo a algún orfanato. Lo mismo hizo con otros regalos en otras ciudades. Los gastos de sus viajes, permanencia, etcétera, siempre los pagó de su bolsillo.

JUEZ 1: El gobierno hará los reintegros que correspondan, esté seguro.

JUEZ 2 (por lo bajo, preocupada, al juez 1): No, el caballito no…

JUEZ 3: ¿A dónde lo vas a meter?

JUEZ 1 (a Juez 2 y Juez 3): Después lo vemos… (A Balcarce.) ¿Qué puede decirnos sobre las creencias religiosas del acusado?

MONTEAGUDO: ¿A dónde quieren llegar?

JUEZ 1: Conteste, Coronel.

BALCARCE: Bueno, no sé. Lo vi concurrir a muchos actos oficiales de la Iglesia.

JUEZ 2: Oficiales. Pero, ¿personalmente?

BALCARCE: En realidad, nunca hablamos de religión, señor juez.

JUEZ 2: Claro, es un tema que al acusado no le importa. ¿Le oyó decir alguna vez que triunfaría aun en contra de la voluntad de Dios?

BALCARCE: Nunca.

JUEZ 1: Dijo usted recién que vivieron juntos. ¿Significa eso que hasta durmieron en una misma habitación?

MONTEAGUDO: ¡Señoría!

JUEZ 2: No hay por qué escandalizarse. Es una pregunta muy pertinente para lo que estamos juzgando aquí.

JUEZ 3: Yo creo que…

JUEZ 1: Esperamos su respuesta, Balcarce. ¿Durmieron o no durmieron?

BALCARCE: Muchas veces, sí. Hasta compartimos la cama.

Se miran los jueces 1 y 2.

JUEZ 1: ¿Y vio alguna vez entre su equipaje crucifijos, misales…?

BALCARCE: Ignoro si los tenía.

JUEZ 1: ¿No vio que sí los tuviera?

BALCARCE: Dije “ignoro si los tenía”.

JUEZ 2: ¿Y juguetes…? Usted me entiende. (Le guiña el ojo al Juez 1.)

MONTEAGUDO: ¡Esto es el colmo!

BALCARCE: No se me ocurrió revisar sus valijas. Yo no pertenezco al servicio de espionaje.

MONTEAGUDO: ¡Me opongo a continuar con esta farsa! El interrogatorio no se dirigió nunca a determinar la responsabilidad de Castelli en la derrota militar. Exijo que se inquiera al testigo sobre la conducta del coronel Viamonte.

JUEZ 2: Usted no puede decirnos cómo hacer nuestro trabajo.

MONTEAGUDO: Necesito poner en claro la conducta de Viamonte, como elemento principal en la absolución de mi defendido.

JUEZ 1: No está en discusión eso en este momento. (Hace sonar la campanilla. Entra el guardia.) Se retira el coronel Balcarce. Volverá a ser llamado cuando el tribunal lo crea oportuno. Ah, y la próxima, tráigase mejor unos Havannas, ¿sí?

JUEZ 3: Para mí, de fruta. No se olvide.

Salen Balcarce y el guardia.

MONTEAGUDO: Solicito que se deje constancia de mi petición.

JUEZ 2: Es improcedente.

MONTEAGUDO: ¿Usted qué opina?

JUEZ 3 (dubitativo): ¿Yo? Yo sólo opino a través de mis fallos.

JUEZ 1 (mientras toca la campanilla): Que entre el próximo testigo.

Ingresan el guardia y el capitán Argerich, que es Balcarce con bigotes.

JUEZ 3: Capitán Argerich, ¿jura decir la verdad en el proceso seguido al doctor Castelli por la derrota del Desaguadero?

ARGERICH: Sí, juro.

JUEZ 3: Capitán…

JUEZ 2 (interrumpiendo a su colega): ¿Es Castelli afecto a la bebida?

MONTEAGUDO: Otra vez con eso.

ARGERICH: No, señor juez.

JUEZ 2: Durante la campaña, ¿el acusado tuvo relaciones carnales con mujeres públicas?

ARGERICH: Nunca lo vi en esos trances.

MONTEAGUDO: Solicito al tribunal que aclare si se está juzgando la vida privada de Castelli o su supuesta responsabilidad en una derrota militar.

JUEZ 1: ¡Es que una cosa determina a la otra!

MONTEAGUDO: ¡No! Esto parece un juicio por ebriedad y prostitución. ¡Y estamos juzgando a uno de los hombres más relevantes de la revolución de Mayo!

JUEZ 3 (se muestra más decidido): Permítanme continuar a mí con las preguntas, por favor. Capitán Argerich, en su opinión, ¿era necesario librar la batalla por la que se está juzgando a Castelli?

ARGERICH: O atacábamos nosotros o atacaban los españoles.

JUEZ 3: Es decir, que más allá del resultado de la batalla, ¿la misma era imprescindible e impostergable?

ARGERICH: Así es.

JUEZ 1 (alarmado, por lo bajo, al Juez 3): ¡Doctor…!

JUEZ 3: ¿Usted cree que nuestro ataque se realizó de acuerdo a las reglas de disciplina y método?

ARGERICH: Sí, su señoría. (A cabina.) Por favor.

Se proyecta un mapa de la Segunda Guerra Mundial.

ARGERICH: Gracias. La división Díaz Vélez inició el ataque como estaba planeado por el estado mayor. El enemigo concentró todas sus fuerzas para detenerlo. (A cabina.) Siguiente.


Cambia la imagen proyectada por otro mapa de la Segunda Guerra Mundial.

ARGERICH: La división Viamonte debía sorprender a las tropas realistas…

JUEZ 2 (interrumpiendo, se corta la proyección): ¡No se adelante! Espere. ¿Intervinieron en ese combate las tropas cochabambinas?

ARGERICH: Sí.

JUEZ 2: ¿Eran víctimas de la burla y el escarnio de los porteños?

MONTEAGUDO: ¡Pido que mi testigo siga hablando sobre la división Viamonte!

JUEZ 1: Por supuesto, señor defensor. Pero metódicamente. Este tribunal también necesita conocer los pasos anteriores a la batalla.

JUEZ 2: ¿Capitán?

ARGERICH: Sí, algunos hacían burlas…

JUEZ 2: Cuéntese alguna, Cosme.

MONTEAGUDO: ¿Qué es esto, el show del chiste?

ARGERICH: Lo de siempre, usted sabe. Bolita, negro de mierda, conchabombita (acompaña esta palabra con las manos, provocando la risa de los jueces). El comandante emitió una orden para que se terminaran los insultos, pero no fue acatada.

JUEZ 1: ¿Tenía en esas burlas alguna intervención Castelli?

ARGERICH: No. Eran cosas de cuartel.

JUEZ 2 (bebe de una petaca): Estoy sintiendo cada vez más calor. (El juez 1 la apantalla.) Terminemos de una vez con esta farsa.

MONTEAGUDO: ¡Lo mismo digo!

JUEZ 2: Responda Capitán: durante la batalla, ¿dónde se encontraba Castelli? ¿Embriagándose, jugando a las cartas o en francachelas con prostitutas? Responda con la verdad. ¡Hay una cuestión de moral por sobre todo esto!

ARGERICH: El doctor Castelli arriesgaba su vida en los combates, aunque esa no fuera su misión.

JUEZ 1 (agitando su campanilla): El testigo puede retirarse.

Entra el guardia.

JUEZ 3: Sin embargo, han quedado algunos puntos…

JUEZ 1: Por supuesto, más adelante, volverá a ser citado. Ahora, vía, que tiene que comparecer otro testigo.

Salen el guardia y Argerich.

MONTEAGUDO: Aunque sea todo lo mío nada más que formal, dejo nueva constancia de mi protesta.

JUEZ 1: Ya tendrá la defensa ocasión de extenderse. (Al juez 2, mostrándole un papel.) ¿Qué anoto, entonces?

JUEZ 2 (bebe de la petaca): Poné lo de las francachelas, Guillermo, qué sé yo.

MONTEAGUDO (mostrando un grabador): Solicito al tribunal autorización para incluir un testimonio que, prometo, será esclarecedor de la conducta de mi defendido.

JUEZ 1: Los testigos deben atestiguar de cuerpo presente y a viva voz.

JUEZ 3: Hagamos una excepción por esta vez, ¿sí? Me gustaría escuchar esa cinta.

Los jueces 1 y 2 aceptan de mala gana.

MONTEAGUDO: ¡Gracias!

Monteagudo enciende el grabador.

MADRE: Juanjo fue un niño ejemplar. Recuerdo una tarde en el arenero… él estaba jugando con otro nene a la guerra con soldaditos de plomo. De repente, el cielo se cubrió de nubes y cayó un aguacero sobre la ciudad. Nos tuvimos que volver corriendo para casa. Y en el apuro, Juanjo se llevó sin querer un soldadito que no era suyo. Recién a los seis meses, volvió a encontrarse en la plaza con aquel nene. Sin que yo le dijera nada, Juanjo se acercó amablemente, le abrió una de sus manitos y le devolvió el soldadito extraviado. Esto demuestra que Juanjo es un hombre hecho y derecho desde la cuna, incapaz de quedarse con lo que no es suyo. Aquellos que ahora pretenden juzgarlo por crímenes que no cometió, sepan que para mí ¡son unos reverendos hijos de puta que merecen ser empalados en el puerto…!

Monteagudo apaga el grabador.

MONTEAGUDO: Uy, perdón, tendría que haber editado esta parte.

JUEZ 1: Me extraña de usted, Monteagudo. Tratando de conmovernos con un golpe tan bajo.

JUEZ 3: Ay, a mí me emocionó. Mi hijo nunca devolvió un chiche. Es más, si puede, el muy guachito se los roba.

JUEZ 2: Lo siento, pero la madre no califica como testigo.

MONTEAGUDO: Pero…

JUEZ 1 (tocando la campanilla): ¡Adelante!

Entra el guardia con el coronel Bolaños, que es Balcarce con bigote y peluca.

JUEZ 1: Coronel Bolaños, ¿me imagino que usted, hombre tan reputado, viene a decir la verdad? Porque hasta ahora…

BOLAÑOS: Sí, mi verdad.

JUEZ 1: Bue, ya empezamos mal. Dígame, ¿permanecía usted cerca de Castelli?

BOLAÑOS: A menudo.

JUEZ 3: ¿Lo considera un hombre respetuoso de las leyes?

BOLAÑOS: Sí, señor juez.

JUEZ 1: ¿De todas las leyes?

BOLAÑOS (mientras juega con su peluca, enrulando un dedo): Bueno, de todas no.

JUEZ 2: ¡Epa! Por ejemplo, ¿qué leyes no cumplió mientras estuvo allá en el Norte?

BOLAÑOS: Civiles, principalmente.

JUEZ 2: ¿Cuáles?

BOLAÑOS: Las de propiedad.

Murmullo entre los jueces. Aprovecha Monteagudo para intervenir.

MONTEAGUDO: ¿Privó de sus tierras a terratenientes españoles y criollos?

JUEZ 2: No conteste, coronel.

MONTEAGUDO: ¿Sí o no?

JUEZ 1: ¡Sírvase callar el testigo!

BOLAÑOS: Sí, les quitó las tierras. No puedo callarlo.

MONTEAGUDO: ¿Y qué hizo con ellas?

JUEZ 1 (agitando la campanilla): ¡Fuera el testigo!

Entra el guardia.

BOLAÑOS: ¡Se las dio a los campesinos!

JUEZ 1: ¡Fuera!

El guardia saca a Bolaños a los empujones.

MONTEAGUDO (a público, mientras el preso se lleva la mesa de Monteagudo): Finalmente, hemos descubierto el delito de Castelli. Se pretende responsabilizarlo de una derrota militar que escapa a su misión. Se pretende ocultar al verdadero responsable de esa derrota: el coronel Viamonte. Se pretende, en fin, castigar el más bello gesto de los hombres de mayo; acabar con los terratenientes, acabar con los poderosos, sean ellos españoles, criollos o lo que fueran.


JUEZ 1: Es una opinión de la defensa que no comparte ni acepta este tribunal.

JUEZ 3: Bueno, yo, en realidad, no sé si estoy tan…

JUEZ 1 (agitando la campanilla, entra el guardia.): Que comparezca ahora el presbítero Zapiola.

Salen el guardia y juez 2.

JUEZ 1: Llamo nuevamente la atención del abogado defensor por su proceder ante este tribunal. La próxima lo sanciono sin más.

Entran el guardia y el presbítero Zapiola, que es la jueza 2 con bigotes, pelo recogido y algún distintivo religioso.

JUEZ 1: Presbítero Zapiola, ¿jura decir la verdad en el proceso seguido a Castelli por la derrota en Desaguadero?

ZAPIOLA: Lo juro, señor juez.

JUEZ 1: ¿Usted fue testigo de los acontecimientos del Norte?

ZAPIOLA: Dios me impuso esa prueba.

JUEZ 1: ¿Tiene conocimiento si Castelli es afecto al juego o a la bebida?

ZAPIOLA: Oí decir que empina el vaso bastante seguido.

MONTEAGUDO: ¿Usted lo vio?

ZAPIOLA: Dije “oí decir”.

MONTEAGUDO: ¿Lo vio o no lo vio?

ZAPIOLA: Oí decir. Y cuando el río suena…

MONTEAGUDO: Presbítero, con todo el respeto que me merece su investidura, le debo decir que usted es el único testigo que procura aportar cargos contra mi defendido, y para ello, se apoya en una vitalísima cualidad: (señalándolo) ¡su cinismo!

ZAPIOLA: ¡No le permito!

JUEZ 1: ¡Orden o dispondré su detención, Monteagudo!

MONTEAGUDO: ¡Qué me importa!

JUEZ 1: ¡Guardia!

Entra el guardia.

JUEZ 3: ¡Tranquilos, por favor! Mantengamos la calma. (A juez 1.) Siga con el interrogatorio, doctor. El abogado defensor promete ajustarse a derecho, ¿no es así?

Monteagudo asiente sin muchas ganas.

JUEZ 1 (a Monteagudo): Una más y se acabó, ¿estamos? (Pausa. Luego a Zapiola.) ¿Oyó usted al acusado atacar formalmente a organizaciones seculares?

MONTEAGUDO: ¡Yo lo oí! ¡Atacó formalmente el dominio ilegítimo de los reyes de España, y procuró por todos los medios propagar el sistema de igualdad e independencia!

Respondiendo a una señal del juez 1, el guardia utiliza su espada contra Monteagudo, quien cae al piso.

JUEZ 3: ¡Todo esto es sucio!

JUEZ 1: Usted no se excusó.

JUEZ 3: ¡Es sucio!

JUEZ 1: Silencio.

JUEZ 3: ¡Es sucio!

JUEZ 1: ¡Silencio!

JUEZ 2 (adelantándose, mientras se quita los distintivos de Zapiola. Luz ídem Guardia. Se saca el bigote): ¡Ay! (Hipersolemne.) Para siempre. Un largo silencio.

III.

Silbido.

Celda. Guardia, Preso y Lengua.

GUARDIA: ¿Ves todo eso negro que le cubre la lengua?

PRESO (acercándose a la lengua): Sí.

GUARDIA: ¡Cáncer!

El Preso se sobresalta y se aleja de la lengua.

PRESO: ¿Es contagioso?

GUARDIA: No sé. (A la lengua.) Che, lengua, ¿dormís? Te hace falta. Cuando me enfermaba, mi vieja me hacía dormir.
PRESO: Ay, a mí también.

GUARDIA: Eso no nos hace hermanos.
PRESO: ¡Cretino!

GUARDIA (a la Lengua): ¿Te duele algo?
PRESO: ¿Qué pregunta? En la cárcel, todo te duele.
GUARDIA: No exageres.
PRESO (a Lengua): Seguro que vos de acá te vas a ir pronto. Yo no. Porque maté a uno.
GUARDIA: A dos.

PRESO: Me pudieron probar un solo crimen. (A Lengua.) Al tipo le metí diez veces el cuchillo en el vientre. ¡Y si lo tuviera acá, lo mataba de nuevo!

GUARDIA (irónico): Una vez más, el Sistema Penitenciario cumple su gran objetivo de reinsertar al delincuente en la sociedad.
PRESO (por lo bajo, para que no escuche la lengua): Mejor sacame de acá. Llevame a otra celda.
GUARDIA: Están todas ocupadas. Hay superpoblación.

PRESO: ¡Por favor, no me quiero enfermar!
GUARDIA: Te puedo trasladar a otro pabellón. Pero te aviso que ahí no vas a poder silbar.

PRESO: No me importa. ¡Sacame ya!

GUARDIA (mientras desencadena al preso): Como quieras. Siempre que se trate de empeorar tu paso por esta prestigiosa institución carcelaria, por mí, encantado. Vamos.
Ambos salen.

IV.

Luz a Lengua. Voz en off. Cámara.

LENGUA: El día del Cabildo Abierto un hombre del pueblo sabiamente dijo: “¡Cuando un hombre grita libertad… hay otro que grita cárcel!” (Se ríe con amargura.) Finalmente, llegó la revolución… ¿Y? Los campesinos siguen trabajando de sol a sol por un plato de maíz. Entonces, ¿qué les puede importar a ellos la revolución? ¿Qué cambió de sus vidas? Y aquí está la clave. Demos a todos los campesinos las tierras que ellos trabajan… ¡Y los campesinos serán los defensores de sus propias tierras! Porque los hombres pueden defender la patria con entusiasmo, sí, pero sus tierras las van a defender con desesperación. Y lo que hace falta ahora es eso, ¡desesperación! (Pausa. Hipersolemne.) Si ven al futuro, díganle que no venga. (Abandona el registro) Bah, no se molesten, igual va a venir por mí.

Se escucha marcha a Castelli. Las luces bajan lentamente.