La parodia está de moda y las salas alternativas fomentan el amateurismo

Apuntes para un manifiesto



1.

Estamos agotados. No podemos hacer foco. Perdimos el sentido. No alcanzamos a reconocer el objeto de nuestra crítica. ¿Qué nos queda por delimitar? ¿Cómo hacerlo con eficacia, para que haga mella? La experiencia acumulada nos convirtió en nuestra propia parodia. Estamos de moda. Somos un boom. Lo dicen los diarios, antes de desaparecer. Pero, ¿para qué desfilamos? ¿Para quién entrenamos? ¿Para nosotros mismos? ¿Para el público? ¿Qué mierda es el público? No, no es una pregunta. Es una exclamación. ¡Qué mierda es el público! Como categoría. ¡Vamos! Somos nuestros propios espectadores. Trabajamos en espejo. En definitiva, todos representamos. Somos meros reflejos de reflejos de reflejos empañados de una imagen que en el fondo nos resulta intolerable. Somos la restauración de una nada. Basta. No tengo onda. Nunca la tuve. Les pido perdón por mi ausencia total de onda. Me quiero levantar un día y sentir que tengo pretensiones. Creo que en el pasado las tuve, pero las archivé para no quedarme afuera del canon. No digo pretensiones económicas. Tampoco artísticas. Pretensiones culturales. Imaginar un lenguaje con su correspondiente forma de vida. Y vivir en esa forma. O morir por ella.


2.

Volví a estudiar. A los 37. Teatro y artes performáticas. Si todo sale bien, muy pronto seré un master. Entusiasmado, me apersono en una librería amiga para sacar fotocopias de un libro que excede las capacidades de mi bolsillo. En la tapa, en letras amarillas, casi doradas, se lee por título Estudios Avanzados de Performance. “Yo soy de avanzada”, pienso y me reconforto mientras entrego el libro para su copiado parcial. El dueño de la librería pregunta: “¿Performance? ¿Quién escribió esto? ¿Moria Casán?”. Festejo el chiste. Por la noche, claudico frente a una evidencia que entra por mis ojos como por un tubo, pero ya no de rayos catódicos porque me compré en cuotas un plasma para ver el Mundial. Mi certeza es un poco fuerte, cuidado, puede herir susceptibilidades. Ahí va: El programa de Tinelli es la versión argentina más acabada de La Fábrica de Warhol. No lo digo con soberbia, posicionado en un lugar de superioridad. Lo digo en inferioridad de condiciones. Mejor dicho, en condiciones humillantes. La batalla cultural es muy compleja para mí.


3.

Hay banalidad en el mal, y la hay también en el bien. Y en todo aquello que no hace ni bien ni mal. El altruismo puede ser banal. La indiferencia, la neutralidad, por supuesto. El silencio, ni hablar. ¿Nuestro teatro es banal? ¿Será que este afán por quitarle solemnidad a la escena terminó siendo algo contraproducente, al punto de despojar a aquélla de toda su supuesta ritualidad intrínseca? Si una era se define por su arte, ¿cuál es nuestro aporte a esta definición? Alegar incompetencia para responder a esta pregunta representa toda una actitud banal. Delegarla en el futuro también. El teatro es aquí y ahora. Algo que necesita definirse en su mismo hacer. Es lo efímero que deja huella. Entonces, ¿el terreno de nuestra actualidad ya fue arado? Sí, y quedó casi sin relieves a la vista, en una chatura que abruma. Bienvenidos a una nueva época. ¡Bienvenidos a la era del teatro comercial de arte!